martes, 29 de junio de 2010

Relax



¿Apetece mecerse un ratito? ¿que tendrán las palmeras, la playa, la mar... y las hamacas? Buen verano, maestros.

martes, 15 de junio de 2010

Aprender de los errores

En cualquier profesión la experiencia es un grado y en la docencia también... o debería serlo. Démosle la vuelta: la inexperiencia profesional es un handicap y en el campo educativo, indudablemente, lo es. Ahora bien ¿cuál es la dosis exacta de vivencias que le hacen pasar a uno de ser un “yogurin” a una “cuajada”? ¿por qué tipo de circunstancias ha de pasar un docente para llegar a ser el señor Miyagi - el sumum de la maestría para los que hemos crecido en los 80- de los maestros de escuela?
Todos estaremos de acuerdo en que un recién diplomado con apenas 21 años de los de ahora (¡que le vamos a hacer! parece que hace un siglo, tener 21, era otra cosa) está más cerca de pasar como otro alumno más que como tutor de un grupo de veintitantas almas.
Por otra parte, también parece que nos pondríamos de acuerdo en que ese/a compañero/a a puntito de jubilarse con el que compartimos claustro (en ocasiones tal que de cartujos con voto de silencio, aunque ese es otro tema...) está demasiado distante de sus alumnos como para vislumbrar siquiera la cotidianeidad de sus vidas.
Así pues podríamos concluir en que para ser mejores maestros, y siempre suponiendo que aprendamos de los errores, no es tan importante acumular sexenios de experiencias como el grado en que nos afecten algunas de ellas. Claro que para eso es necesario dejarse la armadura en casa y estar dispuesto al contagio emocional. Si eso os parece difícil o cuanto menos arriesgado, lo que raya lo imposible es ser capaces de discernir donde está la línea que nos aleja del rol de maestro para pasar a ser “otra cosa” como por ejemplo, padre adoptivo, amigo leal, psicólogo dispuesto, confidente complice, guía espiritual o simplemente funcionario público, trabajador del ramo de la enseñanza, instructor contundente o mero reproductor del sistema. Dicho de otra manera, el que actúa corre riesgos y está más cerca de entrar en conflicto primero, ante la continua construcción de su yo personal y, segundo, con aquellos que lo rodean, alumnos, familias y demás miembros de la comunidad educativa.
Todo estaría más claro y se reduciría la probabilidad de caer en el error si supiéramos que características conforman ese rol en pleno siglo XXI, y digo supiéramos, en primera persona del plural: los maestros funcionarios, los maestros no-funcionarios, la administración educativa, la administración municipal, el personal no docente de los centros, las familias y cómo no, los alumnos y alumnas que soportan la incertidumbre de esta indefinición.
Llegados a este punto, sólo puedo afirmar esto: en estos años de maestro he metido la pata varias veces en todos los sentidos y con todos los “nosotros” que antes enumeraba, y creo que puedo asegurar que seguiré metiéndola, aunque eso sí, espero al menos no cometer los mismos errores. Qué le voy a hacer, yo soy de los que actua, y por la mañanas dejo la armadura en la percha y me pongo el chándal.

viernes, 4 de junio de 2010

Poesía por limosna

Cuando uno lee esta, esa o aquella noticia sobre la puta crisis y las medidas adoptadas para sobrevivir a ella, no se puede evitar tener arcadas.

Reivindico la poesía, y en la escuela, más aún. Eduquemos en la palabra; el mejor fondo de inversión (íntimo y personal): un poema.



p.d: se que no tiene mucho que ver con la educación física, pero siento la necesidad de expresarme así. Permitidme la licencia y una recomendación: este artículo de José Manuel Atencia.