Era el regalo de Reyes de mi tío para
mi hermano, de cuero cosido, azul y grana... del Barça. A mi, que me
sentía del Valencia CF, me producia una mezcla de desprecio y
atracción fatal porque era el único balón de reglamento que
teníamos en la pandilla y claro, cuando nos poníamos a jugar en el
campo de fútbol que estaba justo en frente de casa, nos
parecía que jugábamos como los Kempes, Asensi o Santillana de los
cromos. Para todos nosotros jugar al fútbol con ese balón en el
campo de tierra donde jugaba el equipo del barrio, con la portería
gigante, era genial. Al anochecer, mi padre salía al balcón y
silbaba; era la señal para que subiéramos a cenar y a lavarnos para
quitarnos de encima el kilo y medio de arena que traíamos. Luego mi
madre, en la pileta, suspiraba cuando veía las moraduras y rascones
de las patadas y caídas y aún más cuando descubría que a las
zapatillas les quedaban 4 días y no había un duro para comprar
otras.
Recuerdo tiempos de carencias, de
alegrías contadas y sencillas y me alegro de que nuestros hijos e
hijas no tengan esas carencias y más todavía de que sus alegrías
sean incontables, pero ya no me alegro tanto de que cada vez les
cueste más poder jugar en la calle, en los parques o en los campos
de fútbol o canchas de baloncesto del pueblo sin tener que estar
nosotros, sus padres, presentes.
¿Qué clase de barrios, urbanizaciones, pueblos y ciudades hemos creado para que los chavales y chavalas no puedan jugar tranquilos sino están vigilados por sus padres? ¿Qué clase de vecinos somos que no nos fiamos los unos de los otros porque, básicamente, no nos conocemos? ¿Qué clase de experiencia de libertad, autonomía y crecimiento entre iguales van a tener nuestros hijos e hijas si siempre tienen la figura de los monitores, maestros y padres presentes? ¿Cómo somos capaces de exigirles capacidad de esfuerzo, autocrítica y superación en nuestras escuela si sus vidas están completamente condicionadas por las decisiones paternas sin apenas margen para el error, la herida, la frustración y la satisfacción del aprendizaje adquirido en las propias carnes en los juego callejeros?
¿Qué clase de barrios, urbanizaciones, pueblos y ciudades hemos creado para que los chavales y chavalas no puedan jugar tranquilos sino están vigilados por sus padres? ¿Qué clase de vecinos somos que no nos fiamos los unos de los otros porque, básicamente, no nos conocemos? ¿Qué clase de experiencia de libertad, autonomía y crecimiento entre iguales van a tener nuestros hijos e hijas si siempre tienen la figura de los monitores, maestros y padres presentes? ¿Cómo somos capaces de exigirles capacidad de esfuerzo, autocrítica y superación en nuestras escuela si sus vidas están completamente condicionadas por las decisiones paternas sin apenas margen para el error, la herida, la frustración y la satisfacción del aprendizaje adquirido en las propias carnes en los juego callejeros?
En estos días de regalos, muchos de
ellos tecnológicos y caros, reivindico el balón y el juego en lacalle y si la calle no lo permite, a ponerse el chándal y al parque
a jugar con nuestro hijo o nuestra hija. Yo, me pido portero. Bon
Nadal y a portarse bien que sino los Reyes Magos...
2 comentarios:
Yo también disfruté de aquella época, con sus más y sus menos. Ahora, siendo padre de dos tesoros de 6 y 1'5 años respectivamente, coincido en gran parte contigo. Salvo en determinados pueblos o barrios, es difícil dejar a los niñ@s a sus anchas por la calle con el peligro de poder ser atropellados por MOTO, coche, bus, camión,...
Personalmente, me da más temor el que sean raptados o asaltados por algún desquiciado. No veo el momento de que puedan ir solos al cole (a 100 m ) sin pensar en esa posibilidad.
Por otra parte, pienso que la pelota y el balón no deben perder su sitio; el valor que tienen es infinito. Así, que aunque no podamos dejarlos salir solos a la calle, pongámomos el chandal y compartamos con ellos más momentos en el parque.
Yo me pido defensa, así dejaremos la portería a cero.
Felices fiestas!
Artur
@Artzaca
Buena defensa! Gracies pel teu comentari Artur.
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