Un cero a la izquierda. Así me siento. Y como yo, un buen número de maestros y maestras de la escuela pública. Un número que no cuenta.
La calidad de vida en las escuelas, institutos y universidades públicas valencianas parece no interesar a nadie. Y digo calidad de vida y no calidad de enseñanza a sabiendas. Es incocebible que los espacios públicos donde tienen lugar procesos tan determinantes para la supervivencia de nuestra sociedad como la transmisión de la cultura, el desarrollo del pensamiento crítico o la practica de las habilidades sociales y la convivencia, sean tan maltratados. Ejemplos hay mil. El deterioro de las instalaciones, la falta de espacios comunes, la instalación de aulas prefabricadas... y ahora, la calefacción.
El reconocimiento a la labor del profesorado es una burla. Los incesantes cambios legislativos de los curriculum oficiales no hacen sino aumentar la ya abrumadora carga burocrática que soportamos, amén del reajuste continuo de programaciones, horarios y tareas que convierten un curso escolar en una gimkana. La tan traída y llevada autoridad del cuerpo de maestros se da de bruces con el ninguneo de la propia administración a la hora de recortar sueldos y otros derechos y por contra, aumentar horarios y otros deberes.
¿Y el alumnado? ¿Para quién cuenta? Tratado como mercancía, ganancia de intermediarios entre el almacén escolar y el mercado empresarial, bastante tiene en salir airoso del sistema educativo sin que le cueste una crisis emocional desprenderse de la etiqueta del fracaso escolar o superar el fraude de unas titulaciones infravaloradas.
Soy de los que da alternativas, pero no hoy. Hoy, cero.
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